Capitán de navío Fernando Villaamil Fernández-Cueto
Serantes, 23 de noviembre de 1845 — Santiago de Cuba, 3 de julio de 1898
Fernando Villamil Fernández-Cueto, Fernando Villaamil Fernández-Cueto
Serantes, 23 de noviembre de 1845 — Santiago de Cuba, 3 de julio de 1898
Fernando Villamil Fernández-Cueto, Fernando Villaamil Fernández-Cueto
Fernando Villaamil nació en la casa solariega de
Villaamil en el lugar homónimo de Villamil en Serantes el 23 de noviembre de
1845. Tercero de los hijos de Fermín Villaamil Cancio (1820-1895) y María
del Rosario Fernández-Cueto y Roza. Fue bautizado en la iglesia de San Andrés de Serantes el 24 de noviembre de 1845
como Fernando Crisógono por el cura de Serantes Manuel Alonso Cancio.
Su padre, abogado, gastó todo su patrimonio en interminables
pleitos y una agitada vida política. Por lo que Fernando hubo de vivir
el proceso de decadencia y pérdida de la casa solariega y todas las
posesiones familiares. Parece que aquella debacle, que daba al traste con una historia
familiar de casi mil años, le marcó durante toda su vida, creándole respecto a
su tierra natal un complejo sentimiento en el que pesaban tanto el amor como la
amargura.
Edificación existente actualmente en el lugar donde se encontraba la casa solariega de Villaamil, que fue derribada a finales del s. XIX por sus nuevos propietarios.
Pasó su infancia en Serantes, donde inició sus primeros estudios en la escuela parroquial. Sus amigos de la infancia le describían como un niño estudioso y algo huraño.
Más adelante se trasladó a Oviedo con su padre para iniciar los estudios de segunda enseñanza.
Hacia 1856 deja Oviedo y vuelve a Serantes para estudiar náutica en la Escuela de Náutica y Comercio de Ribadeo. Recorría a pie los 5 km que separan la casa de Villaamil del puerto de Figueras, donde tomaba una lancha de pasaje para cruzar la ría del Eo hasta Ribadeo. La vuelta, casi siempre de noche, solía hacerla en compañía de varios amigos.
En esta época hubo de vivir el comienzo de la ruina económica familiar, debido a que su padre dilapidaba su capital y rentas en pleitos estériles con los vecinos de sus propiedades y en una exacerbada actividad política.
Continuó sus estudios de náutica en Oviedo y en Madrid.
El 1 de julio de 1861, con sólo 16 años, logró ingresar en el Colegio Naval de San Fernando de la Armada, dando con ello comienzo a su carrera como marino.
El 20 de junio de 1862 asciende a guardia marina de 2ª, y embarca en la fragata Esperanza y, luego, en los navíos Isabel II y Francisco de Asís, dando comienzo sus navegaciones por las costas de España y Portugal.
El 2 de noviembre de 1863 es destinado a la fragata Villa de Madrid. En este buque parte para Cuba, fondeando en el puerto de La Habana. Allí pide ir como voluntario a la división que opera en Santo Domingo, y va de transporte en el vapor Velasco para embarcar en el vapor Isabel la Católica el 8 de febrero de 1864, con el que navega por las costas de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico y asiste a varias operaciones de guerra. En Santo Domingo recibe el bautismo de fuego.
Estando embarcado, se examina a bordo y el 24 de junio de 1865 pasa a ser guardia marina de 1ª clase.
El 10 de octubre de 1866 se le concede la Cruz de Marina de Diadema Real por su comportamiento.
Es destinado a la fragata Cortés, en la que parte para la Península haciendo guardias de oficial. El 1 de junio de 1866, ya en Cádiz, pasa a la fragata Esperanza y luego, a la Tetuán, con la que hace un viaje a Vigo y otro a La Habana, donde transborda al vapor Pizarro, en el que volvió a la Península, fondeando en Ferrol, el 24 de abril de 1867.
En mayo viaja a Cádiz de transporte en el vapor San Quintín y allí se traslada a la urca Santa María y se examina para ascender a oficial. Toma posesión como alférez de navío el 23 de junio de 1867.
Es destinado en Filipinas. Parte para Manila embarcado en la goleta Wad Ras. Navega por el archipiélago en labores de vigilancia de costas y reconocimiento de canales en la goleta Valiente (1869), en el vapor Marqués de la Victoria (1870) y en el vapor Patiño (1870). Hasta que se le da el mando del cañonero Bojeador (1870), una embarcación poco más grande que una lancha. Luego manda el Arayat (1871), cañonero destinado a la División del Sur, a la escuadra que a fines de 1871 opera en aguas de Joló. Sale con su cañonero hacia la costa norte de Mindanao para impedir el paso de los piratas. Luego vuelve a las aguas de partida para ayudar al bloqueo de los puertos de Parang, Boal y Joló. Después de la campaña de Joló, asciende a teniente de navío, el 5 de abril de 1872, y se le concede la Cruz Roja de 1ª clase por su comportamiento. Embarca sucesivamente en la fragata Berenguela y el vapor Patiño, y en la corbeta Circe como segundo comandante y oficial de derrota.
La fragata Berenguela en la inauguación del canal de Suez en 1865.
En julio de 1873 embarca en el vapor mercante Pasig de Davao a Manila, y allí toma la fragata Concepción y sale para España.
Regresa a la Península el 12 de enero de 1874 para hacerse cargo del destino de profesor en la Escuela Naval Flotante en la fragata Asturias, fondeada en el arsenal de El Ferrol. El ambiente político en España sigue revuelto, de tal modo que la fragata donde regresa viene con la tripulación sublevada. Cuatro meses de licencia es el premio a los seis años de lucha, y los pasa íntegramente en Madrid disfrutando de los conciertos de música y asistiendo a los teatros de zarzuela; frecuenta los cafés y va a alguna cacería. Luego sale para Ferrol a tomar posesión del citado destino de profesor, el 30 de junio de 1874, que desempeña hasta que se le destina a la isla de Cuba, el 20 de julio de 1878, con la interrupción de una licencia para disfrutar en esta isla, licencia a la que reunció más tarde, cuando ya estaba allí.
En 1876 se casó con Julia Cancio Villota —hija de Mariano Cancio Villaamil, pariente de cuarto grado, hacendista, político, director del Banco de España en La Coruña y, por entonces, intendente general de la isla de Cuba— en Cambre (La Coruña), con quien tuvo una única hija, Rosario Villaamil Cancio; casada a su vez con con Carlos Pérez Acebal, quienes tuvieron a su vez una única hija: Carmen Pérez Villaamil.
Después de entregar un proyecto de reforma de la Escuela Naval Flotante que llama la atención del Ministerio de Marina, pasa destinado al Apostadero de La Habana, al que llega embarcado en el vapor correo Habana, el 23 de agosto de 1878. Allí está ocho meses a las órdenes del capitán general de la Isla, Martínez Campos, hasta que embarca en el vapor correo Méndez Núñez para la Península, el 4 de abril de 1879, donde quedará a las órdenes del entonces ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros y, luego, del ministro de Marina. Se le concede un año de licencia, el 19 de febrero de 1880, que disfruta con una prórroga de seis meses.
En 1881 se presentó a las elecciones a diputado a Cortes por la circunscripción de Castropol por el Partido Demócrata Progresista. Enfrentándose a Dionisio Pinedo, candidato del cacique conservador Antonio Villamil y su sobrino Everardo, quienes a su vez eran los hombres de confianza sobre el terreno en Castropol y Vegadeo de Alejandro Pidal y Mon.
Fernando Villaamil no logró ser elegido tras un cúmulo de trampas y desafueros de sus adversarios que fueron descritos así muchos años después por Jesús Villaamil Lastra (marido de su prima segunda Juana Cancio Menéndez de Luarca):
Publicado en 1912 en un número extraordinario del periódico Castropol dedicado a la memoria de Fernando Villaamil.
Según Miguel Ángel Serrano Monteavaro, Fernando Villaamil decidió retirar su candidatura en protesta por estas irregularidades. Fue sustituido por Eugenio Montero Ríos, que fue el realmente derrotado en las elecciones que tuvieron lugar el 21 de agosto.
Con motivo del santo del Rey, obtiene la
Cruz del Mérito Naval de 1ª clase con distintivo blanco (1882), y el 5 de abril
de ese año asciende a teniente de navío de 1ª clase (capitán de corbeta).
El 14 de agosto de 1882 toma el mando del cañonero Eulalia, todavía en construcción en Ferrol, y, una vez entregado a la Armada, se traslada con él a Sevilla, donde está la reina Isabel II, y se pone a sus órdenes. La reina y su hija la infanta Eulalia van frecuentemente a bordo, utilizando el barco para dar largos paseos por el Guadalquivir.
Posteriormente es destinado al Ministerio
de Marina en Madrid.
En 1883 asesora al diputado por Asturias José María Cerelluelo en la preparación de un discurso ante el Congreso sobre la mejora de la Armada.
En aquel tiempo era preocupación de las marinas la neutralización de la amenaza que presentaban los barcos torpederos, por lo que se empezó a trabajar en el diseño de buques rápidos que pudieran destruirlos. En la década de los 1880 se comenzaron a construir los primeros buques contratorpederos casi siempre en el Reino Unido, aunque algunos fueron por encargo de marinas extranjeras. En 1884 se construye el HMS Swift (TB81) y en 1885 se comienza el Kotaka para Japón, precursores de los destructores que vendrían después.
Fernando Villaamil, que estaba muy a la cabeza en cuanto a tecnología naval, tuvo en cuenta estas ideas y desarrollos cuando, por encargo del ministro de Marina, diseñó un proyecto y solicitó a varios astilleros británicos propuestas de construcción de un nuevo buque contratorpedero.
En 1885 fue elegida la presentada por los astilleros de James & George Thomson de Clydebank (Escocia) y el nuevo buque, bautizado Destructor fue entregado formalmente a la Armada española el 19 de enero de 1887 en medio de la expectación de todos los medios náuticos europeos y tomando el mando el propio Fernando Villaamil.
Durante su estancia en Inglaterra también se le encarga a Villaamil el estudio de la organización del Cuerpo de Maquinistas de la Marina inglesa, el 8 de febrero de 1886. A él también se debe la redacción de un nuevo Reglamento del Cuerpo de Maquinistas de la Armada española, el 27 de diciembre de 1894.
Publicado en La Correspondencia de España el 7 de noviembre de 1895.
El Destructor.
Cinco días más tarde, el barco, que en las pruebas en mar había alcanzado una velocidad de 22,5 nudos, zarpó de Falmouth para España. Menos de 24 horas después el Destructor esta frente a la costa gallega, habiendo hecho una media de 18 nudos a través de una mar muy mala. En un solo día quedaron despejadas para siempre todas las dudas sobre las cualidades marineras del nuevo barco, y Fernando Villaamil pudo sentirse plenamente orgulloso de su creación.
Villaamil alcanzó fama y popularidad en España, y él y su Destructor se convirtieron en el centro de atención en todos los puertos que visitaron. Además el diseño del Destructor influyó decisivamente en el de posteriores barcos construidos para otras armadas, entre ellas la británica, y a partir de entonces la reputación profesional de Villaamil alcanzó niveles internacionales.
Fernando Villaamil propugnaba que los alumnos de la armada española recibiesen parte de su formación en buques a vela y empleando las maneras tradicionales de navegar. Mientras estaba comisionado en Inglaterra con el encargo de diseñar, contratar y supervisar la construcción del Destructor, se le encomendó también la adquisición de un buque que reuniera las características adecuadas para cumplir la misión de buque escuela.
En 1886 Fernando Villaamil compró por 60.000 pesetas el viejo clíper Carrick Castle, construido por los talleres de John Elder en 1866. El precio pagado por su compra, era inferior al coste del transporte a España de unos suministros adquiridos también por Fernando Villaamil para las defensas submarinas, que fueron transportados en el Carrick Castle, por lo que la compra del barco supuso un ahorro.
En 5 abril de 1888, Villaamil zarpa de Ferrol a bordo del Destructor, rumbo a Cartagena, al mando de
una flotilla compuesta por los torpederos de alta mar Habana, Ariete, Azor, Halcón y Rayo.
Al doblar Finisterre, y en pleno temporal, estallan
las calderas del Habana. Villaamil organiza el salvamento de la dotación
superviviente y del propio buque siniestrado, operación que resulta un éxito. Con
motivo de estos hechos es propuesto para la Cruz Laureada, pero al no haberse
presentado la documentación dentro de los plazos reglamentarios, el expediente
es archivado.
En Julio de 1889 ascendió a capitán de fragata, pasando el siguiente año 1890 destinado al mando de la fragata Almansa con base en Ferrol.
En 1891 Antonio Maura requirió la colaboración de Villaamil para preparar su campaña parlamentaria sobre la Armada.
En 1892 Villaamil logró que el ministerio de Marina aprobara, dentro de las celebraciones del IV centenario del descubrimiento de América, un proyecto largamente propugnado por él: un viaje de circunnavegación a vela, como aprendizaje de los guardiamarinas de la Armada. El 30 de noviembre, la corbeta Nautilus dejaba Ferrol con Villaamil al mando para dar la vuelta al mundo con una tripulación en la que eran mayoría los gallegos y asturianos, provistos de gaitas para endulzar la larga ausencia. Las Palmas, Bahía, Ciudad del Cabo, Puerto Adelaida, Sidney, Port Lyttelton, Valparaíso, Montevideo, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Plymouth y Brest fueron las principales escalas de aquel crucero, que terminó un radiante domingo día del Carmen de 1894 en La Concha de San Sebastián.
La vuelta al mundo con la Nautilus incrementó aún más la
popularidad de Villaamil, a lo que contribuyó la publicación por su parte de la
historia del viaje en un libro, «Viaje de circunnavegación de la corbeta
Nautilus», en el que relataba los acontecimientos de la navegación junto con
sus reflexiones, principalmente sociales y económicas, sobre todo lo visto en
las tierras visitadas. Especialmente estremecedoras resultan las palabras que
escribió tras visitar los arsenales de la marina de guerra
estadounidense
en
Filadelfia, en los que en diversos grados de armamento se encontraban dos
acorazados y tres cruceros:
Fernando Villaamil no podía saber entonces que el destino le reservaba una cita fatal, en el corto plazo de cuatro años, con aquellas impresionantes máquinas de guerra; cita en la que resultarían aniquilados él, muchos de sus compañeros de armas, todos sus barcos y las últimas posesiones del imperio español.
Ya terminada la vuelta al mundo, el 6 de agosto de 1894 navegó con la Nautilus desde San Sebastián a El Ferrol pasando frente a Serantes y la casa solariega de Villaamil en la que nació y se crió. A continuación se transcriben las únicas palabras que posteriormente anotó sobre esa jornada de navegación en su libro «Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus», y que dejan entrever la amargura hacia su tierra y su casa natal, que habían sido dilapidadas por su padre:
El 9 de marzo de 1895 el crucero protegido Reina Regente,
al mando del capitán de navío Francisco Sanz de Andino,
zarpó del puerto de Cádiz con destino al de Tánger, llevando a bordo una embajada marroquí. El mismo día al anochecer llegó a la rada de Tánger, donde fondeó bastante lejos del muelle.
Por la mañana del día 10 se desembarcó la citada embajada. Reinaba desde primeras horas de la mañana viento del suroeste, que aumentaba de fuerza por momentos, recalando mar del oeste. A las 10 de la mañana, cerrado ya el puerto a causa del mal tiempo y estado de la mar, el Reina Regente levó anclas y, después de doblar el muelle viejo, se dirigió a la mar poniendo proa hacia el noroeste. O sea, rumbo para ir a Cádiz.
A unas tres millas de la costa el buque se paró. Parte de los tripulantes se dirigieron a la toldilla, descolgando por la parte de la aleta de babor algo parecido a un buzo. A la media hora de estar así el buque, se volvió a poner en movimiento navegando hacia el norte. Estas obervaciones fueron realizadas con un anteojo por el primer dragomán de la legación francesa en Tánger desde su casa situada en Marshan.
Fue visto por última vez desde Tánger a las 10:45 de la mañana.
A las 2 de la tarde, tras una fuerte bajada del barómetro por la mañana, se dejó sentir en Tánger un viento huracanado y un muy mal estado de la mar.
El crucero protegido Reina Regente.
El Reina Regente fue visto por los vapores Matheus y Mayfield. Este último lo vio por última vez a las 12 del medio día aproximadamente a 12 millas del cabo Espartel (en Marruecos, al oeste de Tánger) en una posición más o menos intermedia entre este cabo y el de Trafalgar (al sur de la ciudad de Cádiz, entre Barbate y Conil de la Frontera en la provincia de Cádiz). Esta posición corresponde, más o menos, con el extremo oeste del estrecho de Gibraltar. El capitán del Mayfield (que se dirigía hacia el estrecho de Gibraltar con destino a Génova) declaró no haber notado avería en el Reina Regente, si bien se balaneceaba mucho.
Sobre las tres de la tarde, varios campesinos de Bolonia (provincia de Cádiz) afirmaron haber visto un buque atravesado a la mar y luchando con el temporal. La zona en que calcularon que debió hundirse —que resultó ser de mucho fondo— fue explorada sin resultado alguno por la Armada.
Otras noticias de Bolonia afirmaron haber oído cañonazos durante la noche del 10 al 11 de marzo, si bien estas informaciones nunca pudieron ser confirmadas.
Entre el 13 de marzo y el 24 de junio de 1895 se encontraron objetos pertencientes al Reina Regente en playas de la provincia de Cádiz, de Málaga (Estepona), la isla de Alborán y África (Alhucemas y Sidi Ferruch, este último a 25 km al oeste de Argel).
El Ministro de Marina, José María Beránger, ordenó mediante Real Orden de 29 de marzo de 1895 al capitán de fragata Fernando Villaamil y al ingeniero naval jefe José Castellote la redacción de un «Informe acerca de las causas probables de la pérdida del crucero "Reina Regente"».
El informe fue leído el 5 de febrero de 1896 en junta extraordinaria de generales formada por el citado ministro y los vicealmirantes Ramón Topete, Carlos Valcárcel, Eduardo Butler e Ignacio García de Tudela, los contraalmirantes Fernando Martínez y Segismundo Bermejo, el inspector de ingenieros Casimiro de Bona y los capitanes de navío Patricio Montojo y Antonio Terry. Todos ellos dieron su conformidad con el informe.
El informe valora diferentes posibilidades: colisión con otro buque, choque o varada con alguno de los escollos o bajos cerca de la costa, falta de estabilidad para navegar en condiciones tormentosas y una serie de averías que le hicieran perder sus condiciones marineras. De todas ellas considera como más probable que el súbito temporal sorprendiera a la dotación del buque, y que no les diera tiempo a cerrar las escotillas, gateras y rejillas ni las puertas estancas. Al navegar a una elevada velocidad, el buque pudo embarcar una gran cantidad de agua por su proa y el costado de babor (pues otros capitanes anteriores del buque ya habían notado cierta inestabilidad al navegar con mala mar a gran velocidad); inundándose las cubiertas y los compartimentos de proa. Una vez que la sala de máquinas se inundara (con el consiguiente pánico y desorden entre los marineros y tripulantes que se encontraran en ella) —o bien tras una avería de las máquinas o el timón, lo que explicaría la parada que realizó a la salida de Tánger descolgando un buzo—, el buque habría quedado sin gobierno.
El informe considera verosímil que el
Reina Regente fuese el buque que algunos habitantes de Bolonia vieron naufragar
cerca de aquella costa.
Fuente: «Informe
acerca de las causas probables de la pérdida del crucero "Reina Regente"», Fernando Villaamil y José Castellote.
Parece que lo lógico y natural hubiera sido que la elaboración del informe se hubiera encargado a un marino cuya graduación fuera como mínimo la de capitán de navío por dos motivos:
Tanto la elaboración del informe como la elección de Fernando Villaamil, que en aquel momento era capitán de fragata, fueron decisiones personales del ministro de marina que no obedecían ni daban cumplimiento a ningún mandato legal ni reglamentario. No consideramos casual, gratuita ni desinformada la elección de Fernando Villaamil, sino una muestra del gran prestigio profesional que ya tenía en la Armada.
El informe elaborado por Villaamil y Castellote se considera de una altísima calidad técnica.
En las elecciones de abril 1896 se vuelve a presentar a diputado a Cortes. En esta ocasión por el partido liberal y por la circunscripción de El Ferrol, y teniendo como rival a Pablo Iglesias (fundador del PSOE) al que derrota electoralmente logrando la elección.
En 1897 ascendió a capitán de navío. Y en marzo de 1898 revalidó su elección como diputado por El Ferrol, nuevamente venciendo a Pablo Iglesias como rival electoral y usando el eslogan «Villaamil, el candidato del pueblo».
Ese mismo año 1898 cesó a petición propia como diputado y se reincorporó a la Armada debido al inicio de hostilidades con los Estados Unidos en la isla de Cuba.
Al mismo tiempo que solicita reincorporarse a la Armada presenta al ministro de Marina, almirante Ramón Auñón y Villalón, un plan de operaciones basado en los destructores.
En 1898 Estados Unidos ordenó a su flota del Pacífico que se dirigiera a Hong Kong e hiciera allí ejercicios de tiro hasta que recibiera la orden de dirigirse a las Filipinas y a la Isla de Guam. Tres meses antes se había decretado el bloqueo naval a la isla de Cuba sin que mediara declaración de guerra alguna.
El 15 de febrero explotó en el puerto de La Habana el acorazado Maine de Estados Unidos, que se hallaba en Cuba en una visita antidiplomática de provocación que no había sido anunciada previamente. La explosión fue provocada deliberadamente por sus propios tripulantes, que se encontraban en tierra en una fiesta ofrecida por los españoles a pesar del bloqueo naval y del insultante comportamiento estadounidense. Estados Unidos acusó a España de la explosión y casi de inmediato declaró la guerra con efectos retroactivos al comienzo del bloqueo. Las tropas de Estados Unidos rápidamente arribaron a Cuba.
El 1 de mayo, la flota del Pacífico de Estados Unidos se enfrentó en batalla naval a la flota española de Filipinas. En aquel momento muy pocos creían que un país como Estados Unidos, que hasta aquel momento no había tenido Armada ni había librado nunca una guerra fuera de sus fronteras, pudiese derrotar a la Armada española, considerada una de las mejores del mundo. Sin embargo, el elemento sorpresa, las naves nuevas y los planes específicos previamente organizados favorecieron a los Estados Unidos. La escuadra española de Filipinas, bajo el mando del almirante Montojo, fue totalmente destruida en el llamado desastre de Cavite.
En España se decidió el envío a Cuba de otra flota de la Armada, al mando del almirante Pascual Cervera Topete. La flota estaba formada por el crucero acorazado Cristóbal Colón y los cruceros protegidos Infanta María Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo, así como tres contratorpederos o destructores: Terror, Furor y Plutón. El Terror tuvo que quedar en Puerto Rico por una avería, donde llegaría a combatir contra Los cruceros auxiliares USS St. Paul y USS Yosemite.
Fernando Villaamil estaba considerado uno de los mejores expertos mundiales en este tipo de barcos, creados por él mismo.
A priori, el rango de Fernando Villaamil (capitán de navío, categoría inmediatamente inferior al de contraalmirante) no encajaba de forma evidente dentro de la organización y la cadena de mando de los distintos tipos de barcos que componían la flota, por lo que de haberlo deseado hubiera podido quedarse en España. Sin embargo, prefirió unirse a la flota de Cervera. Se le concedió el mando de la 1ª División de Destructores (formada por el Furor, el Terror y el Plutón), incorporándose a la Escuadra del Almirante Cervera y viajando a Cuba a bordo del crucero Almirante Oquendo.
Los destructores cruzaron el atlántico siendo remolcados por los cruceros para no forzar sus máquinas, diseñadas para alcanzar grandes velocidades pero no para largas travesías. Además, las condiciones de habitabilidad de estos barcos estaban muy limitadas por su pequeño tamaño y falta de espacio, por lo que sus tripulantes fueron embarcados en los cruceros para darles descanso antes de las duras jornadas que a buen seguro les esperaban en Cuba.
En el crucero Almirante Oquendo servía como guardamarina el castropolense Ramón Navia-Osorio
y Castropol, que era hijo del marqués de Santa Cruz de Marcenado, y que años más tarde en 1918 sería diputado a Cortes por el distrito de Castropol.
De modo que Fernando Villaamil debió compartir con él la travesía transoceánica en el mismo barco.
Estados Unidos, por su parte, envió dos flotas a Cuba bajo el mando del almirante Sampson. En su conjunto, ambas flotas eran claramente superiores militarmente a la española. Sin embargo, tenían la prohibición de enfrentarse por separado a la escuadra española, pues ésta estaba considerada una de las mejores flotas de su tiempo.
Pese a las soflamas lanzadas por la prensa española y el ánimo exaltado de la clase política, que unánimemente esperaba una aplastante victoria militar frente a Estados Unidos; el almirante Cervera, Fernando Villaamil y muchos marinos españoles eran plenamente conscientes de que se enfrentarían a un enemigo claramente superior, con el consiguiente sacrificio inútil de las fuerzas navales españolas y las vidas de cientos de hombres.
A su llegada a Cuba, la flota española permaneció atracada en el puerto de Santiago evitando el combate en mar abierto con las flotas estadounidenses. Cervera estaba convencido de la imposibilidad de su escuadra de mantener un enfrentamiento directo con los estadounidenses, dada la manifiesta inferioridad de sus barcos, y se resistía a salir de la seguridad del puerto.
Villaamil propuso realizar incursiones rápidas con sus ágiles y veloces destructores, atacando puertos de la costa Este de los Estados Unidos (Nueva Orleans, Miami, Charleston, Nueva York o Boston).
Dada la reducida potencia de fuego de los destructores, estos ataques no habrían tenido la finalidad de causar daños o bajas significativas en los puertos atacados, sino de crear un estado de alarma que hubiera forzado a parte de la escuadra estadounidense a volver para defender sus propias costas. De este modo, se habrían igualado las fuerzas navales de ambos contendientes en Cuba.
Seguro que pesó en la postura de Villaamil el conocimiento de que el puerto de Nueva York, al igual que la mayoría de los de Estados Unidos, carecía prácticamente de defensas militares. Hecho que
hace notar en su libro «Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus»:
De una u otra forma, estos planes no fueron ejecutados, tal vez por la oposición del almirante Cervera, que optó por que todos los buques permaneciesen en puerto.
De este modo, la flota española permaneció atracada en el puerto de Santiago de Cuba, situación que fue estratégicamente aprovechada por la flota estadounidense, que se sitúo ante la angosta bocana del puerto de Santiago esperando la salida de la escuadra española. El puerto de Santiago pasó de ser un refugio para la flota española, para convertirse en una auténtica ratonera, ya que la estrecha bocana del puerto sólo permitía a los barcos salir de uno en uno, mientras toda la flota estadounidense esperaba fuera. En esta situación Villaamil propuso lanzar un ataque nocturno por sorpresa con torpedos con los dos destructores que le quedaban (el Terror había sufrido averías antes de llegar a Santiago de Cuba, por lo que regresó a Puerto Rico). Pero su idea fue nuevamente desestimada.
La noche del 2 al 3 de junio, los estadounidenses intentaron hundir el carguero Merrimac en la bocana del puerto de Santiago de Cuba para bloquearlo e impedir que la flota española pudiera salir del puerto. Las baterías terrestres del puerto le dañaron seriamente y un disparo certero del destructor Plutón le dejó sin gobierno. A continuación recibió fuego de la artillería de la batería baja de Socapa, el crucero Reina Mercedes y el destructor Furor. Finalmente fue hundido por los torpedos del Reina Mercedes y del Furor y el Plutón en la parte ancha del canal sin lograr su objetivo de obstruir la entrada del puerto.
Jefe y comandantes de la escuadrilla de destructores y torpederos en Santiago de Cuba. De pie y de izquierda a derecha: D. Claudio Alvargonzález, comandante del torpedero Azor; D. Manuel Somoza, comandante del Ariete; D. Francisco Arderius, ayudante secretario del jefe de la escuadrilla; D. Antonio Rizo, comandante del torpedero Rayo. Sentados y de izquierda a derecha: D. Francisco de la Rocha, comandante del destructor Terror; D. Fernando Villaamil, jefe de la escuadrilla; D. Pedro Vázquez, comandante del destructor Plutón; D. Diego Carlier, comandante del destructor Furor. Fuente: Sitio web de la Guerra Hispano Americana en Puerto Rico.
Esta situación de bloqueo se mantuvo hasta que el 2 de julio el capitán general Ramón Blanco y Erenas ordenó a Cervera abandonar el puerto ante la inminente ocupación de la ciudad por las fuerzas terrestres estadounidenses y el consiguiente peligro de captura de los barcos.
Cervera, convencido de la inferioridad material de su flota, pensaba que si salía al combate en mar abierto, perdería todos sus buques y hombres.
El Jefe de Estado Mayor de la escuadra española, el capitán de navío Joaquín Bustamante propuso al almirante Cervera una salida nocturna escalonada. El principal punto de débil de los destructores era su débil blindaje, su principal punto fuerte la velocidad y su principal arma los torpedos, que por entonces tenían una carrera de unos 100 o 200 m. Un destructor no podía acercarse a plena luz del día a un crucero acorazado fuertemente artillado hasta tan poca distancia para dispararle un torpedo. Pero por la noche sí era factible hacerlo sin ser rápidamente visto y acribillado. Además, ante la fuerte desproporción de fuerzas existente a favor de los estadounidenses, una salida nocturna podría dar la oportunidad de que ante el desorden de una batalla y la escasa de visibilidad de la noche algún barco español lograra escapar, evitando así la pérdida total de la escuadra. Sin embargo, al igual que la propuesta de Villaamil, la idea de Bustamente fue desestimada.
Cervera decidió salir a primeras horas del día siguiente, el 3 de julio, navegando hacia el oeste y pegado a la costa para salvar el mayor número de vidas posibles. Esta decisión era, militarmente hablando, la peor de todas las posibles, pues probablemente una salida nocturna o en un día de mal tiempo hubiese sido más adecuada. Además, la estrechez del canal de salida del puerto obligó a los barcos a salir de uno en uno.
Siguiendo las órdenes especificadas por Cervera, los buques españoles zarparon en la mañana del día 3 en orden decreciente de tamaño y potencia de fuego. Así, la escuadra española salió de puerto encabezada por el buque insignia Infanta María Teresa (en el cual se encontraba embarcado el almirante Cervera). A continuación salieron el Vizcaya, el Cristóbal Colón y el Almirante Oquendo, que se alejaron intercambiando disparos a larga distancia. Todos dejaron el puerto a intervalos demasiado largos y siguiendo la misma ruta.
Cervera dirigió a su buque insignia, Infanta María Teresa hacia el buque estadounidense más cercano, el USS Brooklyn. Al observarlo el Comodoro Schley, que se encontraba a bordo del Brooklyn, ordenó al Brooklyn que diera media vuelta y se alejara para evitar un hipotético intento de espoloneamiento. Al comprobar que el Infanta María Teresa no intentaba dicha maniobra, sino huir, ordenó al Brooklyn regresar a la posición original, momento en el cual estuvo a punto de colisionar con el USS Texas.
Los buques estadounidenses pudieron rodear y cañonear todos a la vez al Infanta María Teresa, que fue atacado en desigual batalla de un único buque contra una escuadra entera.
A continuación, los estadounidenses hicieron fuego sobre el Almirante Oquendo.
La escuadra española saliendo del puerto en la batalla naval de Santiago de Cuba.
Los últimos barcos en abandonar el puerto fueron los pequeños y rápidos destructores de Fernando Villaamil, Furor y Plutón, que quedaron rápidamente fuera de combate ante el intenso fuego enemigo.
Una vez hundido el Furor y embarrancado el Plutón, la escuadra
estadounidense
perseguió
al Vizcaya hasta acribillarlo. Su capitán lo encalló en las rocas cerca de Aserradero. Después de que los supervivientes fueran rescatados por el acorazado estadounidense USS Iowa, se produjo una potente explosión en el Vizcaya.
El crucero protegido Vizcaya explota tras ser acribillado en la batalla de Santiago de Cuba.
El Cristóbal Colón, la unidad más rápida y moderna de la flota española, se alejaba a toda máquina. Y hubiera quizá escapado, hasta que se le agotó el carbón inglés de alta calidad y debió proseguir viaje con carbón cubano, de inferior calidad. Esto le hizo perder sustancialmente velocidad y la ventaja obtenida hasta el momento. Pese a que no recibió grandes daños gracias a su blindaje, su comandante, al ver que no podía escapar, decidió embarrancarlo.
Hay que decir que los estadounidenses pensaron que la actitud del Cristóbal Colón de huir sin siquiera combatir era debida a la cobardía. Sólo después de la batalla supieron que el barco estaba desarmado, ya que no había recibido su artillería principal, y por lo tanto poco podía hacer.
Los grandes cruceros acorazados y los cruceros protegidos, tras ser alcanzados por el fuego
enemigo aguantaban bastante tiempo a flote antes de hundirse. Todos ellos se
dirigieron hacia la costa para embarrancar, por lo que todos sus mandos y
muchos de sus oficiales y marineros sobrevivieron a la batalla.
Por el contrario, los pequeños y ligeros destructores, carentes de blindaje, fueron muy rápidamente dañados por el fuego enemigo. El Furor explotó y se hundió al final de la batalla y el Plutón se quedó sin gobierno y embarrancó en la costa cuando estaba a punto de irse a pique.
Falleció una parte importante de sus tripulantes, incluido Villaamil, que de este modo fue el militar de mayor graduación caído en la batalla —junto con el también capitán de navío Juan Bautista Lazaga Garay, que se suicidó al mando del crucero Almirante Oquendo—.
Los cadáveres de Fernando Villaamil y de la mayoría de los tripulantes de su barco nunca fueron recuperados.
Francisco Arderius, ayudante de órdenes de Fernando Villaamil publicó en 1903 un interesante libro en el que narra todo lo sucedido a la escuadra de Cervera desde su salida desde Cabo Verde hasta su dramático final en la batalla naval de Santiago de Cuba y su estancia como prisionero de guerra en Estados Unidos. A continuación mostramos las páginas en las que Arderius narra la salida de puerto del Furor y la muerte de Fernando Villaamil:
El destructor Furor.
La escuadra española, sin su armamento totalmente instalado y probado, fue enviada a una guerra perdida de antemano por unos dirigentes políticos que conocían la superioridad del enemigo, pero optaron por no enfrentarse a una población que había sido convencida del triunfo por una prensa irresponsable y sensacionalista y que no habría permitido que el ejército no actuara ante un ataque contra el territorio nacional. Pues Cuba no era considerada una colonia, sino una provincia más del país. El almirante Cervera y sus subordinados estaban resignados a ir —obedeciendo el mandato del gobierno de la nación— a una guerra perdida de antemano y en la que probablemente morirían.
La batalla naval de Santiago de Cuba supuso para España un total de 343 muertos en combate, 151 heridos y 1.889 prisioneros por el enemigo, además de la pérdida completa de toda la flota.
En el momento exacto en que se produjo la batalla, el gobierno de la nación —que presidía Práxedes Mateo Sagasta— se encontraba ocioso asistiendo a ver una corrida de toros, que era el equivalente social de la época a lo que actualmente es ir a ver a un partido de fútbol.
La guerra hispano-estadounidense se produjo en un momento histórico de cambio drástico en la tecnología y la guerra naval, marcado por el final de los barcos de vela con casco de madera (que se había producido pocos decenios antes) y su reciente sustitución por la era de los acorazados y destructores que alcanzaría su esplendor y su final en la II Guerra Mundial. Los almirantes de la vieja escuela que dirigían el ministerio de Marina español no tenían, salvo unas pocas honrosas excepciones como los almirantes Antequera y Rodríguez Árias, una mentalidad abierta a las propuestas y puntos de vista de los oficiales más jóvenes, más adaptados a la nueva realidad. Este hecho favoreció a una armada joven y de reciente creación, como la de EE.UU., sin apenas experiencia previa pero, precisamente por ello, más abierta a las innovaciones y cambios tecnológicos.
La decisión de Cervera de salir a pleno día y pegado a la costa
sólo se explica desde el punto de vista humanitario para reducir el número de
víctimas en la batalla. Lo cual presupone que Cervera daba por perdida la
batalla antes de iniciarla. Esta forma de pensar coincide con su decisión
inicial de evitar enfrentarse a la escuadra estadounidense y esperar
resguardado en el puerto. Esta decisión de esperar en puerto resultó, además de
inocente, indudablemente errónea y contraproducente, pues de todos modos tuvo
que acabar enfrentándose a la flota
estadounidense, pero en una situación
infinitamente más desventajosa que en una batalla en mar abierto, al tener que
salir del puerto de uno en uno. Además, la distancia entre unos barcos y otros
fue excesiva, y resulta bastante discutible el orden que eligió de salida de
los barcos.
Los destructores o cazatorpederos eran barcos diseñados para un fin muy determinado: interceptar y eliminar los pequeños y ágiles torpederos enemigos para proteger a su escuadra. Según expuso Francisco Arderius, ayudante de órdenes de Fernando Villaamil a bordo del Furor, los destructores no servirían para cualquier otro uso que se les quisiera dar diferente a ese. Durante el bloqueo naval estadounidense de Santiago de Cuba los destructores fueron usados para vigilar el canal de salida al mar del puerto de Santiago de Cuba y participaron en el hundimiento del vapor Merrimac con el que los estadounidenses intentaron obstruir el canal. La escuadra de EE.UU. no tenía torpederos, por lo que los destructores españoles no tenían ningún papel táctico que desempeñar en la batalla naval del día 3 de julio.
Las dotaciones de los barcos españoles habían sido desembarcadas para unirse a las tropas del ejército de Tierra en la defensa terrestre de Santiago de Cuba. Y según Arderius Fernando Villaamil le transmitió que en su opinión este era el único y mejor uso que se le podía dar a la fuerza naval de la escuadra de Cervera una vez iniciado el bloqueo naval y el ataque por tierra estadounidense. La salida del puerto de la escuadra española supuso el embarque previo de todas sus dotaciones y su retirada de la defensa terrestre, lo que sólo contribuyó a precipitar la caída de la ciudad de Santiago de Cuba en manos del enemigo. Es decir, que la salida de la escuadra carecía de todo sentido desde el punto de vista militar, pues lo correcto habría sido seguir combatiendo hasta el final en la defensa terrestre de la ciudad y llegado el momento volar y hundir los barcos dentro del puerto para evitar que fueran apresados por el enemigo.
Santiago de Cuba se rindió el 16 de julio. Cifras conservadoras estiman los fallecidos en la campaña, que culminó con la toma de Santiago, en alrededor de 600 por la parte española, 250 por la estadounidense y 100 por la cubana. Pero los cubanos no fueron tratados como se merecían, ya que a pesar de que la guerra fue ganada, principalmente por el apoyo de los mambises, el general estadounidense Shafter impidió la entrada victoriosa de los cubanos en Santiago de Cuba bajo el pretexto de «posibles represalias».
Restos del crucero protegido Vizcaya tras la batalla.
Finalizada la guerra y destruida totalmente la Armada española, existía el temor de que Estados Unidos atacara con fuerzas navales plazas costeras como San Sebastián, Bilbao, Santander, Gijón, La Coruña, Ferrol, Vigo, Cádiz, Málaga, Cartagena, Alicante, Valencia, Tarragona o Barcelona. Afortunadamente, estos ataques nunca se produjeron. Pero si Fernando Villaamil hubiera atacado Nueva York (aunque habría sido de forma más simbólica que dañina, dada la escasa potencia de fuego de sus pequeños destructores), estos ataques vengativos probablemente habrían tenido lugar. Sin embargo, es evidente que el alto mando estadounidense desde los inicios tenía el teatro de guerra focalizado en el ámbito de sus posibilidades y ventajas comparativas de aquel momento.
El 21 de julio de 1898 se celebró un funeral de carácter privado en honor a Fernando Villaamil en la iglesia pontificia de San Miguel en Madrid al que asistió su hermano Domingo en representación de la familia y que fue oficiado por el padre Acevedo. La asistencia fue multitudinaria y acudieron representantes de todas las instituciones del Estado, entre los que cabe citar:
El día 22 de julio de 1898 se celebró en la iglesia de Serantes un solemne funeral por su eterno descanso, oficiado por el deán de Ciudad Real, Santiago Magdalena. Por entonces Fermín Villaamil ya había fallecido, y la familia más cercana a Fernando Villaamil estaba dispersa. La representación familiar la ostentaron los hermanos de Juana Cancio Menéndez de Luarca (esposa de Jesús Villaamil Lastra) Saturno y Máximo, primos segundos del difunto.
Tres años después, en septiembre de 1901 se celebró también en Serantes un
solemne acto de homenaje al marino, que se materializó con la
colocación en el atrio de la iglesia
parroquial de una placa de fundición de bronce. En este caso
estuvo presente Francisco Villaamil, hermano del homenajeado.
Lápida de la iglesia de Serantes en recuerdo de Fernando Villaamil. A la izquierda, fotografía publicada en 1912 en un número extraordinario del periódico Castropol dedicado a Fernando Villaamil. A la derecha, la lápida en la actualidad.
La lápida fue costeada por Vicente Loriente Acevedo (1859-1939), fundador del Partido Independiente de Castropol, según se publicó en el diario Castropol el 10 de octubre de 1910.
El 24 de julio de 1911 se inauguró en Castropol un monumento
a la memoria de Villaamil, obra del escultor Cipriano Folgueras. La construcción del monumento se sufragó
por suscripción popular encabezada por la Reina Regente Dª. María Cristina de Habsburgo-Lorena. A continuación se muestra la crónica del acto de inauguración como fue
publicada en el periódico El Nuevo Mundo:
En el centro de la fotografía vestidos de paisano están Fermín Canella Secades, rector de la
Universidad de Oviedo; Vicente Loriente Acevedo, uno de los principales mecenas del monumento, y Victoriano García de
Paredes, presidente de la comisión Pro Monumento. A la izquierda de este último y de
uniforme el contralmirante José Morgado, comandante general del
Apostadero de El Ferrol; otro militar desconocido y Mario Acevedo, alcalde accidental de Castropol.
Publicado en El Nuevo Mundo el 10 de agosto de 1911.
El 8 de marzo de 1991 tuvo lugar un acto de homenaje a Fernando Villaamil en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz) por iniciativa del Ayuntamiento de Castropol y con el apoyo del Instituto de Historia y Cultura Naval y varias asociaciones culturales.
El acto fue presentado por el capitán de navío Juan Vázquez-Armero Durán. Miguel Ángel Serrano Monteavaro leyó un elogio fúnebre. El acto terminó con una ofrenda floral a los caídos y el descubrimiento de una lápida instalada en la nave de poniente con la siguiente inscripción: «A la memoria del laureado capitán de navío don Fernando Villaamil y Fernández Cueto, nacido en Serantes-Castropol el 23-XI-1845. Creador del destructor, comandante de la “Nautilus”, publicista naval y diputado a Cortes, que gloriosamente entregó su vida en Aras de la Patria a bordo del destructor “Furor” en el combate naval de Santiago de Cuba el 3-VII-1898.»
Hay que lamentar que este homenaje quedara empañado por la deslealtad institucional del Ayuntamiento de Castropol de no contar para su organización, y ni siquiera invitar, también al Ayuntamiento de Tapia de Casariego, al que pertenece la parroquia de Serantes desde 1863. Esto es, prácticamente durante toda la carrera profesional de Fernando Villaamil en la Armada —que comenzó formalmente en 1861 al ingresar en el Colegio Naval de San Fernando, y de forma efectiva el 20 de junio de 1862 al ingresar en la escala activa de la Armada con el rango de guardia marina de 2ª— y 35 años antes de su fallecimiento en la batalla de Santiago de Cuba que se conmemora en la lápida. Pese a lo cual se permitieron escribir en la lápida Serantes-Castropol de manera cuanto menos tan inexacta como interesada. Hecho que presumiblemente fue realizado sin el conocimiento de la mayor parte del resto de los organizadores y participantes en el acto.
En el centenario de su muerte el ayuntamiento de Tapia de Casariego erigió un modesto monumento con lápida dedicada «A Fernando Villaamil y a los héroes de Santiago de Cuba [...]. Y a cuantos como ellos tienen al océano por sepultura» situado en la plaza del Campogrande junto al ayuntamiento. La lápida recuerda de este modo también a todos los desaparecidos en el mar, entre los que cabe recordar a los seis fallecidos del pesquero Ramona López que el 9 de noviembre de 1960 se quedó sin gobierno intentando entrar al puerto de Tapia, a los dos muertos en El Hórreo el 30 de septiembre de 1999, a los dos fallecidos el 9 de julio de 2002 en la lancha Nuevo Cacharelo y a los ocho muertos en el Siempre Casina el 22 de febrero de 2005; todos ellos fallecidos frente a las costas de Tapia y muchos de ellos desaparecidos en el mar.
Aunque hay que precisar que la frase de la lápida de Tapia de Casariego es cuanto menos inexacta. Pues los restos mortales de un número no conocido de los marinos españoles que fallecieron en el combate naval de Santiago de Cuba sí fueron enterrados. El capitán estadounidense Evans, que estaba al mando del acorazado USS Iowa en la batalla naval, afirmó que «[…] ciento y pico cadáveres [de marinos españoles fallecidos en la batalla] arrojados por el mar a la playa fueron enterrados por orden de [el almirante] Sampson [que mandaba la escuadra estadounidense] en una sola e inmensa sepultura en forma de pozo, abierta cerca de la playa, en terreno arenoso. No se procedió a identificación alguna de los muertos. Sobre la tumba se plantó una gran cruz de madera hecha con restos de los barcos españoles». Además existe la certeza de que los supervivientes españoles también realizaron enterramientos en las playas cercanas a los lugares donde embarrancaron los buques de la escuadra del almirante Cervera destruidos en el combate. Se desconoce si el cadáver de Fernando Villaamil se encuentra entre los enterrados, pues el propio Evans afirma que los muertos no fueron identifcados y la fosa a la que se refiere y el resto de los enterramientos de las playas no han sido localizados.
Pecio del Furor en la actualidad. Restos del mecanismo de mando en el puente.
La corbeta Nautilus en el puerto de Barcelona, fondeada cerca de la torre de Jaime I. Al principio del vídeo se ve al fondo la montaña y el castillo de Montjuic. «Ecole des Mousses» (escuela de las espumas) es el nombre de la escuela de marineros de la Armada Francesa. Por lo que parece que el vídeo muestra el adiestramiento de los aspirantes a marineros de la Armada Española a bordo de la Nautilus.
«El 98». 1998. Serie de TVE sobre la guerra hispano-estadounidense y el desastre de 1898. El capítulo 5 trata sobre el inicio y desarrollo de la guerra hispano-estadounidense, el desastre de Cavite, la llegada a Cuba de la escuadra de Cervera y su estancia en la bahía de Santiago de Cuba. Y en el capítulo 6 se narra la batalla naval de Santiago de Cuba.
«La última batalla del almirante Cervera». 1991. Capítulo 1.
«La última batalla del almirante Cervera». 1991. Capítulo 2.
«La última batalla del almirante Cervera». 1991. Capítulo 3.
«Cuba 1898: la caída del imperio español». 1992. A partir del minuto 28:55 se explica la batalla naval de Santiago de Cuba.